«Es mi primer voto, me llena de mucha emoción poder ser parte de este proceso y elegir con mi voto −que es un pequeño grano de arena− al presidente que yo quiero que dirija las riendas de este país”. (Foto: Ericka Mora)
Tengo 20 años y esta es la primera vez que voto. También lo es para Astrid, unos cuantos meses más adulta que yo. Recién la conozco: nuestras casas están separadas por decenas de kilómetros y es posible que no volvamos a vernos en mucho tiempo.
Astrid Rojas, de 21 años, vive en San Pedro de Montes de Oca y, al igual que yo, forma parte de los 225.191 jóvenes que tuvieron la oportunidad de debutar en las elecciones de este 2 de febrero.
“Yo me hice cargo de mí misma desde mis 17 años. Soy de la Universidad de Costa Rica, soy beca 11 y estudio Contaduría Pública. Me he asumido sola”, cuenta.
Rojas forma parte de uno de los grupos con mayor desconfianza en la política: un electorado marcado por grandes inquietudes y la sombra de la tradición política familiar que parece no tocarlos, pero que ejerce un peso inusual sobre sus hombros.
“Ayer tuve un choque muy grande con una tía, porque ella me dice: ‘Yo le debo mucho a Liberación’; ella habla de allá en los años 80 y del premio Nobel de la Paz… “Pero estamos hablando de la Liberación de ese entonces: ya no se defienden esos ideales”, asegura la estudiante.
Prosigue su relato: “Usted no vivió en esa época, usted es una chiquilla de veinte años”. Astrid se ríe y comenta que no hay necesidad de vivir en esa época, para tener la iniciativa de informarse y formar algún criterio.
Cuando Rojas habla de ideales, la palabra “tradición” parece estar muy lejos de su esquema. Astrid habla de “honestidad”, “consecuencia” e inclusión.
“Yo quiero una Costa Rica más inclusiva. Eso es algo que me desvela”, expresa la novel votante, cuando le pregunto cómo imagina el país dentro de cuatro años.
No se siente “primeriza”, porque sabe que la política no se vive cada cuatro años, ni en los últimos meses antes de ejercer el voto.
“Todos deberíamos ser una voz activa, unos ojos fiscalizadores y unos oídos atentos. Eso creo yo de la política”, asevera.
Astrid es apenas un año mayor que yo, y es posible que un par de centímetros en los votos separen nuestras expectativas políticas.
Es posible que no tuviéramos la misma agitación al doblar la papeleta, caminar hacia las urnas o escapar del recinto, confiados en que hemos elegido el mejor futuro para más de cuatro millones de habitantes. Es posible.
Hace cuatro años no pudimos votar. No elegimos la baja credibilidad de este gobierno, su desigualdad, pobreza o corrupción. No fuimos responsables del desempleo legado, su deuda con los derechos humanos, o el deterioro de un sistema de salud único en el mundo. Pero ahora nosotros somos responsables de los próximos cuatro años y de las elecciones que vengan. Ahora el partido lo jugamos nosotros, y estamos seguros de que lo hemos hecho bien.