“Anticomunismo” como trascendental discursivo

Según Molina, mi artículo “se inscribe en la retórica anticomunista que caracterizó la pasada campaña electoral, especialmente después de que resultó evidente el crecimiento

Que don Iván Molina tenga sus simpatías político-partidarias no es, en lo absoluto, pecado. Lo inadmisible es la burda estrategia discursiva que adopta para descalificar mis críticas a un artículo suyo (LN, 2/4/2014). Molina anatemiza mis observaciones como “retórica anticomunista”, lo que, en su análisis, resulta en una especie de trascendental discursivo, más allá de toda historia y coyuntura.

Según Molina, mi artículo “se inscribe en la retórica anticomunista que caracterizó la pasada campaña electoral, especialmente después de que resultó evidente el crecimiento en la intención del voto a favor del FA”. A continuación, y de mala fe, pone en mi pluma una serie de epítetos negativos que nunca expresé, y añade que mi esfuerzo es similar al de todos aquellos que impugnan una renovación de la izquierda costarricense, por mínima que sea. ¿De dónde saca Molina tan peregrina tesis? Sin darse cuenta, quizá, ‘patologiza’ mis observaciones, estrategia que él me achaca.

Desde su punto de partida, toda crítica deviene necesariamente inválida, dado que los razonamientos a partir de trascendentales discursivos son inmunes a la empiria. Mi texto sería, a lo sumo, un documento historiográfico que serviría a los expertos (él, supongo) para ejemplificar tal trascendental, el cual habría recorrido como un fantasma la pasada campaña.

Sin embargo, la principal falencia en la reacción de Molina consiste en afirmar que mis observaciones están atravesadas por una supuesta contradicción fundamental. Por una extrañísima y del todo falaz lógica, el historiador afirma que, aunque mi propósito es cuestionar la existencia de dos tendencias en el FA, mi crítica se basa en el reconocimiento de ambas (¡sic!). Que don Iván Molina nos explique, por favor, cómo debe entenderse tan ingenioso silogismo.

Cuestiono que exista una diferencia cualitativa, de peso, sustancial, entre las dos tendencias que cree identificar, pero de ahí a decir que las reconozco –tal como él las presenta: como dos tendencias cualitativamente distintas−, negándolas, hay un malabarismo lógico que supera cualquier coreografía del Circo del Sol.

Por último, quisiera señalar que en la versión aparecida en este Semanario, afirmo que los temas de género y colaterales, sin ser irrelevantes, no afectan la matriz común que determinaría el edificio discursivo y cosmovisional de las dos tendencias que Molina quiere ver. Ello es muy distinto a decir que son ‘irrelevantes’, tal y como se publicó en La Nación. Tal modificación, incomprensible y fuera de toda ética periodística, le da a mi observación sobre este particular un sentido muy distinto. Molina, no obstante, prefiere citar al último medio.

Finalmente, el historiador me achaca generalizar a partir de fuentes limitadas. Espero que no pretenda que proceda a entrevistar a las 350 mil personas que votaron por el FA para poder emitir un juicio. Valga decir, a este respecto, que él mismo reconoce que gran parte del voto a favor de esta agrupación fue de protesta, de gente no precisamente identificada con los valores ni de la vieja ni de la “nueva izquierda” que Molina imagina. La matriz sectaria y jacobina del FA queda en evidencia cuando uno sigue las opiniones de la mayoría de sus militantes, los cuales suelen razonar a partir de un catecismo de dogmas económico-políticos. En este sentido, le recomiendo leer las declaraciones de María Flórez-Estrada −asesora del partido− en Programa de las Américas, alrededor del PAC como supuesta “continuación del liberacionismo”. ¿No es más bien el FA el que prefiere aferrarse a una “continuidad profunda” con tal de salvaguardar su corpus dogmático?

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