La mujer que masticaba ideas

La Segunda Guerra Mundial ha sido fuente de innumerables relatos y películas sobre el valor de los hombres en campos de batalla. Se ha

La Segunda Guerra Mundial ha sido fuente de innumerables relatos y películas sobre el valor de los hombres en campos de batalla. Se ha echado menos luz sobre ese otro tipo de heroísmo de quienes arriesgaron su libertad o su vida por proteger y salvar de las garras nazis a las víctimas judías. Y están casi en la sombra los nombres de quienes, en los países ocupados por Alemania se sumaron a la Resistencia, donde realizaban actividades que los ocupantes castigaban con la cárcel, la tortura y la muerte.

Aunque no se las suele nombrar, en estas luchas participaron cientos de mujeres, heroínas sobre las  que la historia ha cerrado los ojos. Ellas llevaban y traían mensajes y documentos y distribuían periódicos clandestinos. Se trataba de una labor clave durante la ocupación, porque las líneas telefónicas estaban intervenidas, el correo censurado y los periódicos en manos de alemanes. En el caso de Bélgica, ocupada desde el 10 de mayo de 1940, Kathryn J. Atwood  ha recogido los nombres y hazañas de  Andrée de Jongh, Hortense Daman, y Fernande Keufgens, en su libro Heroínas de la II Guerra Mundial. No así el de Luisa Hermans,  Esmeralda para sus compañeros de lucha, que tomó parte del “servicio de información y de acción”, entre otras cosas, distribuyendo el periódico La Libre Bélgique (Bélgica Libre), que surgió como uno de los primeros actos de la Resistencia belga.

Luisa hacía esto  a pesar de que le producía “un terror animal”, y enteramente justificado: los alemanes la capturaron  el 7 de marzo de 1943, la deportaron y la mantuvieron en diferentes campos de trabajos forzados hasta el 28 de abril de 1945. Durante esa época se juró que si salía viva de la experiencia, pasaría  el resto de su vida en un país tropical. Salió viva y se vino a Costa Rica, donde vive aún. Años después esta mujer intentó narrar su experiencia de prisionera en unos apuntes incompletos que otro belga, Victor Valembois, con paciencia franciscana, retomó tras mucho entrevistarla y más investigar. El resultado fue la obra Esmeralda. Crónica de mi supervivencia (mi diario vivir –y pensar­ a través de no menos de siete campos nazis).

A juicio de Atwood, aunque la labor de estas mujeres contribuyó de manera clave a ganar la guerra,  ellas no se percibían a sí mismas como heroínas. Solo vieron que se requería actuar y hicieron,  siempre a riesgo de  su libertad y aun a veces a costa de su vida. Leyendo la crónica de la experiencia de Luisa, se puede notar que al menos en su caso, no solo no se veía como heroína, sino que no era consciente para nada del  valor de sus acciones. Con una ausencia absoluta de vanidad, se califica a sí misma de “pajarito minúsculo” y de “noble ratoncito de peluche”.

Al cumplirse un año de su prisión y estar, como ella dice, “agarrada, atrapada, abofeteada”, se plantea que “de nada sirve llorar”. Lo que sí sirve es algo que siempre hace: “cavilar, especular”, porque eso nadie se lo puede quitar. Además, “pensar es gratis”, “no hacerlo sale carísimo”, y ella tiene claro que “el sentido de la vida es darle a la vida un sentido”. En consecuencia, decide que “mientras esté presa, de miedo y de lo demás”, se pondrá a “masticar ideas”. Conjeturo que si tras todas las vejaciones sufridas a manos de los nazis, Luisa salió, como en efecto salió, mental y emocionalmente indemne, debió de ser porque en vez de echar agua hirviendo sobre la quemadura con quejas inútiles y autocompasivas, le dio sentido a su vida. Y sobre todo porque estaba decidida a masticar  ideas que la mantuvieron cuerda, le animaron el coraje y le sostuvieron el valor.

 

 

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