Automatismo intelectual y economicismo: desafíos para la educación

Las exigencias de los mercados actuales hacia mayores grados de especialización, junto con el predominio del imperio del dinero, han desatado toda una tendencia

Las exigencias de los mercados actuales hacia mayores grados de especialización, junto con el predominio del imperio del dinero, han desatado toda una tendencia que, con aires de practicidad e inmediatez, aspiran cada vez más a satisfacer necesidades consumistas basadas en una concepción utilitarista del individuo, en donde importa instruirse, pero no educarse.

De ese modo, la educación con perspectiva humanística ha sido desplazada a un plano secundario, por no ubicarse como un aspecto de plena importancia dentro de la formación del perfil profesional.

Las necesidades han cambiado y por eso hoy vivimos en el reino del economicismo, en donde el automatismo intelectual –o falsa cultura, como lo llama el escritor y filósofo francés Charles Péguy- y la pereza, se erigen como dos amenazas fundamentales para la sociedad.

Esto, dado que ambas obstruyen el espíritu creador inherente a los individuos y en su lugar generan el hábito del conformismo con todo aquello que sea prefabricado o sea con todo lo “tout fait”.

Esto, naturalmente, limita las capacidades de innovación y creatividad, y por ello cercena de manera tajante, la posibilidad de ampliar los horizontes analíticos.

Lo anterior deriva –en gran medida- de la preeminencia que ha adquirido la instrucción como medio para la subsistencia y mecanismo promotor del ascenso social, pero no como germen de cultivo para el espíritu.

En ello radica el problema: la formación de una educación que abarque más que simple instrucción, porque como lo manifestó José Martí, educación e instrucción se encuentran necesariamente vinculadas pero no por esto, ambos términos remiten a lo mismo.

Por un lado esta última refiere al ejercicio racional relacionado con el pensamiento, mientras que en sí la educación abarca una formación integral, que dirigida hacia el cultivo del espíritu -por medio del estudio de las facultades humanas- persigue guiar a los individuos a través de la vida.

En consecuencia, educar consiste en formar al hombre para el mundo, prepararlo y darle independencia para que ejercite libremente su conciencia; pero sobre todo, formarle moralmente.

Ante esto, la educación se enfrenta en la actualidad con el desafío de no quedarse sólo en el estadio de la instrucción, sino que su meta deberá alcanzar plenamente el objetivo de convertirse en un instrumento para el alcance de la libertad y del desarrollo de la conciencia crítica, mediante las acciones de despertar, provocar e inquietar sobre la realidad cotidiana.

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