Nabucco compone de nuevo el sueño de la libertad

Durante el tercer acto, en el himno del “Va Pensiero”, los hebreos claman por la libertad de su pueblo frente a las ruinas del

Durante el tercer acto, en el himno del “Va Pensiero”, los hebreos claman por la libertad de su pueblo frente a las ruinas del templo de Salomón. (Foto: Katya Alvarado)

La revolución ha asistido a su bautizo. La revolución tiene un nombre secreto y un himno glorioso. “Viva Verdi” rezan las paredes en Milán. Es la mitad del siglo XIX, el pueblo italiano ha comenzado a escribir el sueño del Risorgimiento: el deseo de la reunificación de su patria y la lucha contra el imperio austríaco.

La ópera en cuatro actos que se presenta esta semana en el Teatro Nacional continúa siendo una revolución potente con un mensaje claro y directo. No solo representa la transformación cultural que significó abrir las puertas de la fama para Verdi, el impacto político hacia la búsqueda de la reunificación italiana o el gran aporte musical de la obra, Nabucco también tiene una amplia vigencia ante las temáticas de la lucha de poder, el abuso de los líderes políticos y el sueño de libertad de los pueblos oprimidos.

Estamos en 1841 y el invierno congela las calles de Milán. Giuseppe Verdi ha dejado a la deriva su carrera como compositor. Su segunda ópera Un giorno di regno (Rey por un día) es un rotundo fracaso y la meningitis le ha arrebatado la vida de su esposa y sus dos hijos pequeños.

El empresario Giovanni Merelli le insiste que lea un libreto compuesto por el poeta Temistocle Solera. Verdi acepta de mala gana.

“Llegué a la casa y con un gesto casi violento tiré el manuscrito en la mesa, cuando estaba frente a ella. El libro se abrió al caer en el mueble y, sin saber cómo, miré la página que yacía frente a mí y leí esta línea: Va, pensiero, sull’ali dorate (Vuela el pensamiento con alas doradas) (…) Me forcé a cerrar el libreto e ir a la cama. Pero no había manera. No podía sacar a ‘Nabucco’ de mi cabeza”, cuenta Verdi en su correspondencia, citada por Frank Walker para su libro Verdi: El hombre.

El libreto relata el sufrimiento del pueblo hebreo ante el gobernante Nabucodonosor II. La historia, basada en la narración del Libro de Daniel, describe la demencia de Nabucodonosor al destruir el templo judío y proclamarse Dios. Es el relato sobre cómo la locura de los tiranos restringe las libertades individuales. No se trata más que de una analogía del pueblo italiano.

CONSTRUIR UNA CATEDRAL DESDE LOS ESCOMBROS

“Una buena parte de la Italia unificada se debió a los poetas”, dijo Garibaldi, uno de los principales impulsores de la reunificación de Italia. Los versos conjugados por Verdi son la música del resurgimiento de este pueblo, la acogida de la ópera es inmensa y Verdi inscribe, con letras plateadas, su ingreso a la amplia lista de gigantes de la historia de la música académica occidental.

Resalta en la obra, de más de dos horas, un breve –pero celebérrimo− canto. En el cuadro segundo del tercer acto, se escribe la frase “Oh, mia patria, si bella e perduta!” (¡Ay, mi patria tan bella y perdida!) que, según refiere la leyenda, inspiró a Verdi a crear su primera gran ópera de éxito. En su canto, a orillas de los canales de Babilonia, los judíos lloran su esclavitud.

El “Va Pensiero” –este lamento de los judíos− sigue siendo tan potente como nunca y no se exagera al decir, aunque es oficioso, que se trata del segundo himno de Italia.

Un 12 de marzo del 2011, Silvio Berlusconi, el entonces presidente del Consejo de Ministros, asiste al Teatro de la Ópera de Roma. No es un sábado cualquiera, Italia festeja 150 años de su unidad. Se representa Nabucco, el maestro Ricardo Muti dirige a la orquesta y Berlusconi es uno de los responsables detrás de fuertes recortes al presupuesto destinado a la cultura.

Llega el tercer acto, se entona el “Va Pensiero” y el público arranca en aplausos. Alguien grita “Viva Verdi” –nada fuera de lo normal–, pero otro quiebra las palmas cuando exclama “¡Muera Berlusconi!”. Muti sale del foso, se vuelca el público y dice:

“Hoy siento vergüenza por lo que sucede en  mi país (…) Esta noche, cuando dirigía el coro que cantó “Ay mi patria, bella y perdida”, pensé que si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó la historia de Italia. En tal caso, nuestra patria estaría en verdad “bella y perdida”… Si quieren, les propongo unirse a  nosotros para que cantemos todos juntos”.

Berlusconi calla sin saber qué hacer. La Ópera de Roma se levanta, incluido el coro. Algunos cantantes lloran y el pueblo se transforma en un potente coro contra el político.

Ese es Verdi, tan actual e impetuoso como nunca.

LA LIBERTAD, EN EL TEATRO NACIONAL

Por eso, no es de extrañar que Verdi aún tenga algo que decir. El Teatro Nacional se llenó en el estreno de la ópera, el pasado 31 de julio.

Abajo, en la recepción, desfilan decenas de trajes de gala que sujetan copas de vino de ¢2000. Arriba, en la galería, abundan los bultos de colegiales y las lámparas derriten las 24 páginas del libreto de mano que todos los asistentes sacuden como abanicos. “Me estoy muriendo del calor”, se queja uno de los acomodadores.

Dos jóvenes buscan los asientos, uno sonríe mientras señala la pantalla de subtítulos. “Ve, mae. Sí pusieron subtítulos”. Son los mismos que, enojados, tendrán que sortear como toreros una de las columnas del “gallinero” para leer la traducción.

A las 7:42p.m., el director Elio Orciuolu se presenta en la fosa y la audiencia lo acoge entre aplausos. Un niño señala al mandatario Luis Guillermo Solís, sentado en el palco presidencial. Todos se ponen de pie y cantan el Himno Nacional. Al término, otro niño aplaude confundido, como si estuviera en un estadio, vuelve a ver a los lados, mira extrañado al público y el silencio apaga sus palmas progresivamente.

GRAN MONTAJE

La Compañía Lírica Nacional (CLN) estrena por vez primera la ópera Nabucco, una obra de gran exigencia que contó con la participación de alrededor de ciento cincuenta artistas.

El diseño escenográfico apela directamente a la cultura asiria e israelita. Nisroch −dios asirio de la agricultura−, las esfinges y Lammasu −la divinidad protectora− destacan en el palacio de Nabucco. El menorá –candelabro de siete brazo−, las tablas en hebreo y las columnas decoran el templo de Salomón.

El Coro, con los brazos en alto y de espaldas al público empieza a cantar su primer lamento: “¡Que caigan los oropeles festivos!”. Se trata del principal personaje de toda la obra: representativo de la etapa de transición del Bel Canto –que busca el virtuosismo vocal y el énfasis en determinados personajes− hacia la exaltación de más figuras, como el coro y la orquesta.

Destacan la participación del bajo italiano Carlo Colombara, como el sacerdote Zacarías, de la soprano Elizabeth Blancke-Biggs, representando a Abigaille −fantástica en su dominio escénico− y del barítono mexicano Carlos Almaguer, quien supo interpretar a Nabucco de pie, frente a su grandeza y en el suelo, derribado por su locura. Al final, el público aplaudió con deleite el gran montaje.

“Como todos los proyectos que hemos presentado, ha sido una puesta fantástica (…) Ha sido un gran éxito de taquilla”, señala orgullosa Patricia Conde, directora de la Compañía Lírica Nacional.

No es de extrañar que Verdi todavía tenga algún mensaje, que las alas doradas del sueño de la libertad sigan dando vueltas en el mundo y que la paz continúe amenazada por la demencia de algunos líderes políticos.

“Esto ha coincidido con un momento muy terrible para el mundo”, comenta el Presidente de la República, refiriéndose al actual conflicto entre Israel y Palestina.

Nabucco ha salido de su locura, de la opresión y la tiranía para buscar la paz; esta es, quizás, la gran lección que escribe Verdi. Nabucco no está loco. La libertad vuela por fin –al menos en esta historia− con alas doradas.


Últimas funciones:

Nabucco, Ópera en cuatro actos.

Funciones: 7 y 8 de agosto a las 7:30 p.m.; 10 de agosto a las 5 p.m.

Precios: ¢2000 en galería lateral, ¢6000 en galería central, ¢8000 en galería en primera fila, ¢17 000 en palco, ¢24 000 en luneta y ¢30 000 en butaca. Ciudadanos de oro y estudiantes con carné tienen descuento de 10% y 40%, respectivamente.


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