Rebeca Lane: “El hip hop inspira libertad”

Rebeca Lane cantará su poesía venenosa el sábado 21 en El Lobo Estepario, las entradas cuestan ¢5.000 e incluyen el disco. (Foto: Paula Morales

Rebeca Lane cantará su poesía venenosa el sábado 21 en El Lobo Estepario, las entradas cuestan ¢5.000 e incluyen el disco. (Foto: Paula Morales para Rebeca Lane)

Desde la academia, con el rap y la poesía, ella alza su voz contra el machismo y la opresión. Es rapera, socióloga, locutora, actriz, poeta, anarquista y activista del feminismo.

Si algo la define es la capacidad de llevar sus convicciones políticas y sociales a todos los espacios en los que se desempeña, no importa si es una clase, una cabina radial o un escenario.

Nacida en Ciudad de Guatemala, Rebeca Lane (Rebeca Eunice Vargas) comenzó su carrera como socióloga y feminista, y se vinculó con la cultura hip hop por considerarla un espacio de libertad, organización juvenil y expresión artística. Hace dos años pasó de la poesía al rap y desde entonces no se calla.

Lane llegó al país para participar en el Festival Union Breaks que se realizó el pasado fin de semana, donde cantó, bailó y compartió con otros raperos sus visiones sobre el arte, el activismo y el feminismo en la cultura. Además, se presentará este 21 de febrero en bar El Lobo Estepario (en San José) con su nuevo material Poesía venenosa.

Entre canciones, grafitis y beats, Lane compartió con UNIVERSIDAD sus perspectivas sobre las voces de las mujeres en el arte y el mundo del hip hop. A continuación, un extracto de esa conversación.

¿Por qué el hip hop? ¿Cómo llegaste acá?

−Soy rapera. El rap es uno de los elementos del hip hop que tiene elementos organizativos, filosóficos, políticos y expresivos. Sus cuatro elementos fundamentales son el grafiti, el djing o tornamesismo, el break dance y el Rap, que significa ritmo y poesía, una de las herramientas expresivas del hip hop. La filosofía base es paz, amor, unidad y diversión, pero se alimenta de culturas orales, filosofías tribales, etc., pues viene desde la diáspora africana y surge en lugares donde hay migrantes, pobreza, exclusión, opresión. Hay un marco político conceptual mucho más grande que solo cantar o hacer algo.

En Guatemala, vivimos una guerra durante casi 40 años y los primeros movimientos de jóvenes que surgieron tras la guerra fueron artísticos. Con el rock, en los 90 y comenzando el 2000, empieza a crecer lo que conocemos como hip hop. En ese momento, para mí representaba una fuerza política de jóvenes con la que me sentía identificada.

Soy socióloga y empecé haciendo investigación sobre el hip hop, para tratar de comprenderlo y que desde lo académico se viera la importancia de un movimiento como este para los jóvenes y para el país en general. Poco a poco me metí, estudiando me empecé a empapar más. Como yo hacía poesía, empecé a hacer “spoken word”, que es un tipo de poesía con sentido político que tiene métrica. Luego me hice parte de un “crew”, que es como tu tribu dentro de la gran tribu del hip hop, se llama Última Dosis y ahí me impulsaron a hacer mis letras sobre música. La primera canción que hice fue una experiencia placentera, hermosa y ya no pude parar. No creo que uno escoja el hip hop, creo que el hip hop te escoge a ti.

La gente vincula el hip hop con pandillas, drogas, violencia. ¿Porqué hacer de algo tan estigmatizado, tu herramienta de lucha?

−Creo que ese estigma surge de otra estigmatización primaria: jóvenes organizados, eso ya es peligro.

Todas las pandillas que existían antes en los barrios tenían un sentido tribal de protección del territorio en contra de la autoridad, de la policía o la mafia local. Luego empezó la filtración de drogas y armas hacia las pandillas, primero en Los Ángeles, Nueva York y luego llegan acá, y con nuestras propias formas se propagan.

Entonces, la primera criminalización de las pandillas es porque defienden el territorio y después porque, con todo el flujo de drogas y armas en los barrios, se convierten en los sicarios de sus propias comunidades, rompiendo el tejido social. De pronto le temes a alguien más que a la autoridad, a alguien de tu propia comunidad. Hubo toda una estrategia contrainsurgente, sobre todo en los países donde hay más maras: Guatemala, El Salvador y Honduras, que ha roto el tejido social para evitar la organización popular.

¿Dónde surge el hip hop? Precisamente en esos barrios donde hay pandillas, como una necesidad de los jóvenes ante toda esa violencia que oprime por todo lado, de expresarse, de desahogarse, de hacer algo con sus vidas: cantar, bailar, hacer fiestas, tener amigos, pasarla bien, estar en paz, poder caminar en cualquier calle sin miedo.

El hip hop es una herramienta política en el sentido de que cuando naces en un barrio rojo o zona roja tienes un destino manifiesto: pandillero, policía o –no en sentido peyorativo− cristiano. Son los caminos ya trazados para los jóvenes y el hip hop ofrece uno nuevo: puedes hacer arte, fluir, ser tú mismo, ir en contra del reloj del sistema, el hip hop inspira libertad y retoma el elemento primordial de la pandilla antes de que fuera intervenida, que es la defensa del territorio, de la libertad y de la comunidad. Crea comunidades, tribus que van en contra de la lógica individualista del sistema, porque hay crecimiento colectivo.

¿Cómo evitan que la escena sea “intervenida” por esta violencia?

−Ese tema ha sido tratado desde los primeros que empezaron con el hip hop. África Baanbata (pionero del hip hop), con la organización Universal Zulu Nation, empezó un movimiento dentro del mismo hip hop para convertirlo en un arma de paz, para decir “dejemos de matarnos unos a otros y hagámoslo en el dance floor”. Las primeras batallas de break dance fueron para evitar que los jóvenes siguieran matándose: “¿Tienes un problema conmigo? Hagamos una batalla de rap”, “¿tu barrio tiene un problema con el mío? Hagamos una batalla de coreografías”. Era explotar la creatividad de los jóvenes para competir en otros niveles.

¿Cómo es ser una mujer en medio de esta cultura que está dominada, como muchas otras, por varones?

−Pues te digo que me he topado con las mismas trabas en la academia, en el periodismo, en la literatura, en la poesía, que en el hip hop. A las mujeres siempre nos toca romper, en cualquier espacio que estemos porque, en principio, nuestro destino manifiesto no es hacer, es procrear reproductivamente, ser la base servil del sistema. Ahora, en los espacios más abandonados es donde la violencia social está más profundizada, entonces nos encontramos que dentro del hip hop hay un machismo enraizado profundamente, que tiene que ver con cuestiones de clase y de etnia. En los más oprimidos se concentra toda la violencia y por lo tanto se reproduce; hacemos contracorriente, como mujeres, empezando a hablar y posicionándonos con respecto a estos temas.

¿Qué expectativas tenés sobre tu carrera y tu espacio en el hip hop?

−Primero, salirme del sistema, dejar de ser asalariada y dejar de aportarle mi fuerza creativa al sistema; eso lo estoy logrando haciendo que mi música se escuche y se consuma, y me dé para sobrevivir, no solo a través de la música, sino dando talleres, vendiendo discos, playeras, mucha autogestión a partir del arte. Aunado a eso, que puede parecer muy individual, está mi objetivo de generar espacios políticos dentro del hip hop, para que las mujeres podamos empoderarnos e incursionar en esta cultura para transformarla.

Lamentablemente, muchas mujeres entran a escena tratando de ser la mujer que ellos quieren que seamos, repitiendo todo el ciclo de opresión que hemos vivido afuera. Nos liberamos del sistema patriarcal de afuera, pero entramos a una cultura a cumplir el mismo rol machista.

¿De qué trata el nuevo disco?

−Hablo de una experiencia mucho más íntima, respecto a lo que para mí ha significado ser una mujer en tránsito, porque ya llevo como un año y medio de arriba a abajo con la música. He aprendido mucho y, sobre todo, he aprendido a valorar todo lo que significa Centroamérica. Lastimosamente cada una ha aprendido a pensar que solo su país existe, cuando la región es tan similar: las mismas problemáticas políticas, los mismos problemas de las mujeres, la comida, la forma de expresarnos; somos tan tan parecidos, que es tonto pensar en las fronteras.

Además, tener una vida nómada me ayudó a abrir mi sensibilidad a muchas otras cosas: la sanación, el uso de la palabra y la metáfora como expresión y es también un grito en contra de la deforestación, porque hablamos de eso y no pensamos en cómo el consumo desmedido de carne es el mayor aporte a la deforestación, cosas así.

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