Una lágrima y una sonrisa despiden a la “Sele” en Brasil

Los costarricenses en Copacabana vivieron casi como locales el último juego de la Selección en Brasil. (Foto: Javier Córdoba)Era difícil no llorar, pero muy

Los costarricenses en Copacabana vivieron casi como locales el último juego de la Selección en Brasil. (Foto: Javier Córdoba)

Era difícil no llorar, pero muy fácil sonreír. A los holandeses, que tan asustados estuvieron en los 120 minutos del partido de cuartos de final, todavía los asustó más ver a aquellos ticos cantándole con lágrimas en los ojos a su equipo, después de quedar eliminados.

No hubo reproches para Bryan Ruiz ni para Michael Umaña, tampoco para Jorge Luis Pinto por sacar a Joel Campbell, ni para Joel por no hacer lo suficiente para quedarse en la cancha. Y mucho menos a “San” Keylor Navas, que tantas y tantas veces silenció a los de naranja.

La Sele se fue de Brasil invicta, heroica, habiendo conquistado el corazón de todos aquellos que se fueron quedando sin bandera, y hasta de los que dejaban de lado a su país para prestarnos su aplauso y su voz.

El grupo de ticos que vio el partido de cuartos de final en la playa de Copacabana fue más pequeño que el de la primera vez, pero cantó más y, como en buena parte de esta Copa del Mundo, tuvo a muchos brasileños de refuerzo. Con nosotros cantaron –a veces nuestra barra hablaba perfecto portugués– dedicándole algunos “versos” al grupito de argentinos que estaban atrás, aplaudieron nuestros penales anotados y lloraron con nosotros la eliminación.

“CHICOS, CHICOS”

Cuando el partido va a comenzar en Salvador de Bahía, el grupo de costarricenses frente a la pantalla gigante en Copacabana se agrupa más. El ánimo está al tope y los brasileños que se nos unen azuzan porque quieren oírnos cantar: “Oe, oe, oe, oe, ticos, ticos”.

En su pronunciación portuguesa, el “ticos” suena más a “chicos” y así se quedó por el resto del partido. Ellos también quisieron aportar y a algunos les enseñaron una frase dedicada a los holandeses, que no sonaba nada amistosa.

Cuando presentan la alineación aplaudimos de principio a fin. El himno nacional se oye fuerte en Río de Janeiro, pese a que somos pocos. Definitivamente empezamos ganando en ánimo y prácticamente no se dejó de animar a la Selección en ninguno de los 120 minutos del juego.

Inicia el partido y Holanda ataca como se esperaba. Nadie desespera, porque finalmente hemos entendido que defenderse como lo hace Costa Rica es una virtud y el gol es un platillo que se cocina de atrás para adelante.

Los fotógrafos de la prensa internacional ya saben dónde deben estar, nos tapan todo el frente para tomar cada gesto de los vestidos de rojo. Una muchacha con una corona de flores en la cabeza es la que más llama la atención, por su variado repertorio de gestos en cada jugada.

La Sele no ataca mucho, defiende todo. Robben corre mucho y hace poco por la izquierda, mientras la línea de cinco de Pinto no pierde nunca su sincronía. En el arco, Navas se viste de invencible con cada intervención.

“Ahí está Navas, ahí no entra nada” cantan los ticos, mientras los brasileños tratan de entender y repetir la porra, hasta que finalmente logran reproducirla. Del otro lado, la pequeña mancha naranja de holandeses mira de reojo y continúa inmutable frente a la pantalla.

Una señora vestida de arriba a abajo con los colores de Brasil y un cartel de apoyo a Neymar, también se acerca a apoyar a los “chicos”.

“Ustedes tienen que ir a la final con Brasil, los “chicos” son lo más lindo que le ha pasado a esta Copa. Tienen que ganar hoy otra vez”, nos dice muy  animada.

El penal que no pitaron sobre Campbell hace que afloren insultos al árbitro, que en español o portugués son bastante similares.

El primer tiempo termina con muchos sustos, pero nada que lamentar. En la segunda parte nos siguen salvando Navas, la defensa y hasta los postes. Casi sin aliento celebramos que lleguen los tiempos extras, en los que parece que todo puede pasar.

En el inicio del segundo tiempo extra, Ureña nos sorprende con esa corrida poderosa hacia el arco holandés, pero su tiro se queda entre las piernas del portero Cillessen. Después, Bolaños nos ilusiona con baile de defensas holandeses que el narrador brasileño atinó a describir como un “carnaval”, pero tampoco ocurrió el milagro.

LA FE EN “SAN KEYLOR”

Si Keylor Navas fuese predicador, en Copacabana habría “convertido” a cientos con su actuación impecable ante Holanda. Cuando el segundo tiempo extra estaba por acabar, propios y extraños estaban convencidos de que Navas llevaría a Costa Rica a las semifinales.

Entonces Van Gaal, el técnico de Holanda, demostró que de verdad no había subestimado a los “ticos” y sacó su “as bajo la manga”. El ingreso del portero suplente Tim Krul fue visto como un síntoma de desconfianza.

“Nos tienen miedo, seguro el titular no ataja nada”, dice un tico que aún sudaba por los tiros que Holanda pegó en el poste y las jugadas que nuestro portero resolvió en el área.

El final del tiempo extra es celebrado como una gran victoria: la poderosa Holanda no encontró manera de vencer a Keylor y a la infranqueable defensa tica. El recuerdo reciente de los penales contra Grecia parecía un buen augurio.

Nuevamente, Celso Borges inicia bien los penales pero Krul se lanza al lado correcto y demuestra que estos tiros son su terreno. Se acerca a cada costarricense que va a tirar antes del penal para decirle algo. En Copacabana solo cruzamos dedos para que la artimaña no funcione.

Keylor no logra tapar el tiro holandés y cuando Krul tapa el remate de Ruiz, la mancha roja se desinfla un poco. “Ahí está Navas, todavía se puede, vamos ticos”, grita uno dando ánimo nuevamente.

“San Keylor” no logra atajar ningún tiro, pese a la fe ciega de sus adeptos en Río de Janeiro. Umaña, el héroe de la gesta ante Grecia, tiene que anotar o nos vamos para la casa. Nuevamente el gigante Krul se estira sobre su lado izquierdo y tapa. El sueño se nos acaba.

Por un instante las camisetas rojas quedaron inmóviles, la mancha naranja soltó sobre la arena todas las emociones acumuladas. En los ojos de cada tico a mi alrededor hay lágrimas, que no se animan a salir del todo.

Tras un breve respiro, la barra se anima y reconoce que Costa Rica ha hecho un gran mundial, mejor de lo que pudo haber soñado hace un mes. El “oe, oe, oe, oe, ticos, ticos” vuelve a dominar en Copacabana y todos nos miran sorprendidos.

“Son héroes, nos vamos invictos de Brasil, Holanda no nos pudo ganar”, repetía uno. “Aguantaron como los grandes, a nadie se le va a olvidar este partido, Costa Rica se hizo grande”, replica otro con orgullo.

Los brasileños, que también tenían lágrimas en los ojos por nuestra eliminación, se dedican a felicitarnos uno por uno y luego nos regalan un aplauso. Costa Rica fue, por mucho, la más grata sorpresa de su Mundial.

A pesar del orgullo que sentimos, algunos quedan paralizados en la arena sin digerir lo que pasó. Ricardo está llorando y me acerco a darle aliento. “Tranquilo, mae, no lloro porque perdimos. Tengo dos años de estar afuera y no ver a un solo tico y ver tanta gente hoy me emociona. Es más, yo a usted lo conozco. ¿Usted es periodista del Semanario, verdad?”, me dice.

La pregunta me paraliza, me emociona. Un periodista de prensa escrita está lejos de ser una cara conocida, pero ahí en Copacabana, a 5000 kilómetros de distancia de mi casa, alguien a quien no conozco dice reconocerme.

Me despido agradecido y emocionado. Otro brasileño me corta el camino para felicitarme por nuestro equipo y para pedir una foto por mi camiseta, que dice Costa Rica.

En Brasil, la huella de la “sorprendente” Costa Rica caló hondo, a muy pocos se les olvidará cómo aquellos “chicos” pintaron de “pura vida” la Copa del Mundo que tuvieron en casa.

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