Arrogante como quien cree que “está en todas”, se visualiza a sí mismo el agresor. El macho idealizado se muestra como un individuo que tiene su medio de transporte (carro o moto), toma licor, fuma, es un “bocón” y se levanta hasta una escoba con enaguas. También, para probar su ser macho, incluso tiene hijos.
El individuo es un sociópata, un psicópata. Escoge mujeres vulnerables que tienen baja autoestima, algún problema de salud mental (bipolaridad, etc.) o que han sufrido la autoridad abusiva de una figura paterna igualmente agresora, porque no puede enfrentar a mujeres fuertes. Es un cobarde.De igual modo, este macho “omnipotente” tiene una relación patológica con la madre; de ahí su misoginia para con su (de estricta posesión) mujer. Él deposita en su pareja todo el odio que tiene contra su madre, la cual lo castró y con la cual a nivel inconsciente se identifica y, por lo cual, tiene esa inmensa necesidad de autoafirmarse como macho, dado que su sexualidad en lo profundo no se liga al padre, sino a la madre. Cada relación de dominación y de agresión de este macho, solo intenta ser un autoconvencimiento de que él sí es un hombre heterosexual. Esto, unido al paquete del estereotipo masculino de consumidor de alcohol, tabaco, etc.
Por esa problemática con su propia sexualidad, el agresor necesita del círculo de la violencia, ya que, en las fases de abierta dominación de la mujer, él accede al coito no como la expresión propia de una relación afectiva, sino más bien como el acto mecánico que le convence que él es un hombre. Una vez obtenida su compensación autoafirmatoria, él vuelve a agredir a la mujer, para luego reconciliarla y finalmente poseerla otra vez sexualmente. Así, el macho agresor trata de tapar su sexualidad maternizada o su homosexualidad reprimida.
Sin embargo, todavía hay complicaciones. Este macho es a veces el padre de una niña. En su exacerbado machismo, este ignorante no se percata que su hija está aprendiendo los patrones y roles de la sexualidad enfermiza de su padre. Quizás ella algún día esté imbuida también en una relación con un agresor, que le recordará su amada-odiada figura paterna, con lo que el agresor pagará sus conductas de la peor manera, con el pellejo de su propia hija.
Este macho, a veces con título universitario incluido, sufre una disonancia cognitiva ligada a su necesidad autoafirmatoria, que lo sume en un egoísmo desde donde es incapaz de comprender que su enfermedad es socialmente transmisible. La mujer que hoy posee seguramente tuvo un padre como él, con lo cual condena a su propia hija a una sexualidad más parecida a una violación que a un acto de mutua realización.
Este macho hace ruido con su vehículo, necesita hacerse sentir. La agresión psicológica y/o física contra su dizque pareja es como ese ruido, que oculta la voz interna que le recuerda constantemente a su madre. Su discurso trata de abarcarlo todo, como el del sabio, pero este solo es la perorata de quien se guarda un oscuro secreto. Fuma y toma, en un ritual que lo aleja, dentro del estereotipo social, de la feminidad; pero su misoginia lo delata.
Su odio a su pareja no es más que su odio a sí mismo proyectado, desplazado y condensado; o sea, su incapacidad de autoaceptación. Por eso, humilla a la mujer, su pareja, convirtiéndola en su receptáculo seminal, en su sitio de depósito. Es tanto su odio a sí mismo, que requiere rebajar al ser humano más cercano que tiene, para sentir que él vale algo.
En su yo más profundo, el agresor es solo un niño malcriado, que si no se le da lo que quiere, hace un berrinche. Su desplante de macho alfa, solo oculta su alma omega.
Pero para que las mentiras, las agresiones, las omisiones, los abusos, los actos sexuales violatorios, las manipulaciones, la cacería humana, el reducir una mujer a su vagina, etc., funcionen, es preciso que haya un cercano cómplice: la mujer agredida.