Las futuras elecciones municipales por realizarse en febrero de 2016, gozan, en términos generales, de un carácter inaugural. Acudimos a un escenario en el que la totalidad de cargos para elegirse en los gobiernos locales, por primera vez, se hará de manera conjunta. Los próximos comicios serán apenas los cuartos en lo que a elección de alcaldes se refiere a raíz de la promulgación del Código Municipal en 1998.
La reforma al Código Electoral en 2009 que vino a unificar las elecciones locales hace que los próximos comicios devengan más interesantes en varios sentidos: En primera instancia y de manera general, las elecciones municipales pondrán a prueba las llamadas maquinarias electorales normalmente atribuidas a los partidos políticos tradicionales, o bien, los partidos políticos nacionalizados. Las consecuencias, en términos de caudal electoral, atribuidas a que las elecciones para regidores y síndicos anteriormente coincidían con las mismas nacionales, no permitían observar el potencial de convocatoria que estas podían tener, el peso de las elecciones locales era acarreado en mayor medida por las candidaturas a los puestos de alcaldía. La unificación en la elección de puestos deviene en factor digno de estudio principalmente en términos participación electoral.
Por otra parte, no es de extrañar el surgimiento de corrientes de opinión que –y no por ello irrespetando las diferencias pertinentes del caso– puedan llegar a interpretar los resultados finales de la elección en dirección de compararlos con la gestión del gobierno en turno, en este sentido, las elecciones municipales serían tomadas como “elecciones de mitad de periodo”, características en sistemas políticos de otras latitudes. Si bien esta postura representa un determinismo apresurado, tampoco resulta descabellada y más bien sugiere un desafío mayor para los analistas y estudiosos del tema.
La frontera que “divide” los niveles nacional y local debe de ser repensada y sobre todo con mayor vehemencia, cuando las circunstancias del acontecer político nacional nos sitúan ante un movimiento de los liderazgos entre los mismos niveles. Las elecciones nacionales de 2014, entre muchas otras cosas, resaltaron por la candidatura, en el partido oficialista, de un reconocido líder cuya carrera política había sido forjada totalmente en la esfera subnacional, residiendo su fortaleza en esa misma condición. De dicho acontecimiento surge todavía con más fuerza el interés de conocer ¿quién gobierna –o aspira a gobernar–nuestros municipios? No con ello suponemos que devenga un fenómeno novedoso, ya que el movimiento entre niveles es de larga data –sobre todo el que pasa de regidor a diputado–, sin embargo una cartografía de actores es pertinente e imperiosa en la medida en que permitiría develar dinámicas de personalización del voto.
Por último, y no por ello menos importante, las próximas elecciones municipales pondrán a prueba la participación de tanto mujeres como jóvenes en los puestos de elección popular, pero sobre todo la presencia de ambos grupos en las candidaturas para las fórmulas de alcaldías. Lo anterior tomando en cuenta que de las elecciones nacionales de 2014 se ha podido comprobar, entre otras cosas, que los jóvenes sienten una particular desafección con respecto de los partidos políticos, en comparación con los no jóvenes, aunado a una menor participación en las elecciones mediante el voto, mostrándose más bien proclives a otras formas de activismo político, y en cuanto a la cultura política, un menor apoyo al sistema político, a las instituciones y la democracia en general.
Recordemos que la competencia electoral se da en todos los niveles administrativos, las dinámicas políticas no están reservadas solamente para la Presidencia y el Congreso. Dejemos de considerarlas como mero trámite y comencemos, entonces, a politizarlas.
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