Cultura: Del concepto a la praxis

La cultura ha retomado un lugar importante en los temas de conversación de nuestros días, teniendo en consideración las objeciones que se han derivado

La cultura ha retomado un lugar importante en los temas de conversación de nuestros días, teniendo en consideración las objeciones que se han derivado desde el poder legislativo e incluso desde altas jerarquías de entidades gubernamentales, a propósito de la inversión que debe realizarse en esta materia. Lo anterior ha permitido poner sobre la palestra una serie de problemáticas, que vale la pena traer a colación para reflexionar.

En primer lugar, resulta curiosa la vaguedad que deriva de la comprensión de Cultura en nuestro imaginario social, sobre todo en personas que tienen un poder de decisión en temas de políticas públicas, y a su vez en la población general, que al recibir un discurso desde el oficialismo termina reproduciendo el mismo y sosteniendo la falsedad ideológica del soflama hegemónico.

Es habitual escuchar expresiones: “hay que descentralizar la cultura”, “hay que democratizar la cultura” y ostentaciones como: “el poder transformador de la cultura”, así como otras voces no menos enmarañadas: “invertir en cultura es invertir en la gente”. Sobre estos axiomas se viene edificando una serie de presupuestos que terminan cosificando, objetivando, y colocando en un marco de lectura económica, el contenido semántico que refiere la noción de Cultura.

Se ha asumido la Cultura como un producto que debe entregarse desde la urbe hacia la periferia, en un acto de altruismo, cual Prometeo con su antorcha iluminando a los hombres, cual Colón con Espada y Cruz emisario de humanidad, se presenta la cultura como un objeto del discurso politizado, donde luego de la fragmentación de la cultura se alimenta a los desposeídos para que puedan “poder” (permiso para hacer uso de cierto poder) hacer (cual simple acto productivo de homo faber) cultura (según el marco establecido por el oficialismo), y para continuar departiendo sobre la demagogia se presenta la cultura como agente (ontológico quizás) que es capaz de redimir y transformar a la humanidad (a la humanidad de periferia, a la humanidad de ciertas clases sociales), las galimatías que derivan de los mandamientos culturales desde el oficialismo se ven claramente identificados en una óptica económica, donde la cultura es contemplada desde planteamientos neoliberales, “pan y circo” como paliativo que permita sobrevivir.

Frente a este escenario, surgen voces de los “otros”, discursos “diferentes”, pronunciamientos desde la “diversidad”, palabra-epifanía que emerge desde el pueblo, donde la conciencia se reconoce a sí misma como historicidad, como memoria, como esperanza a partir de un conglomerado de acciones, simbolismos y lenguajes que les permiten identificarse unos a otros como miembros de una “común-unidad” diversa, pero idéntica. La cultura no es un accesorio, ni un agente metafísico, y mucho menos un cliché de mercado; la cultura no es un pretexto para congresos, no es un concepto vacío o intuición ciega de biblioteca. La cultura es la acción que emerge del ser humano que se posiciona en-entre-desde-para-el mundo.

La cultura está muerta… se siente frío.

La cultura como concepto del discurso oficialista que vacía de referencia la noción y la cosifica a favor de una lectura desde la dominación, yace pútrida-agusanada.

En cambio, las Culturas están vivas, no caminan solas en las calles (como espíritus), están aquí-allá, donde se encuentra el ser humano, esquivas-ariscas-protestas a dejarse encarcelar en conceptos muertos. Las Culturas son diálogo, son acción, son praxis.

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