Recuerdo bien al profesor Ishikawa, aunque, como dice la canción, “se me olvidó su nombre” (primero). Fue mi instructor del curso de Crecimiento Económico en Kennedy School, de la Universidad de Harvard, año académico 1975-1976. Era un profesor japonés que estaba participando en un proyecto de la Comisión Trilateral, recién formada en esos tiempos, por investigadores, académicos y políticos de Europa, Estados Unidos y Japón, por convocatoria de David Rockefeller (en 1973), bajo dirección de Zbigniew Brizenzki. Según se informa en el Internet, parece que China habría sido incorporada posteriormente.
Francamente estoy desactualizado en mi información sobre la organización. Sólo me he dado cuenta que ha recibido fuertes críticas recientes (2007), por parte de la derechista John Birch Society, que la envolvió en teorías sobre conspiraciones a nivel mundial. Pero no voy discutir la actividad de la Trilateral en este artículo. Me referiré a un acontecimiento más simple y académico, pero que tiene cierta trascendencia, desde la perspectiva de la deuda que agobia a todos los países en la actualidad, tanto ricos como pobres. El profesor Ishikaya tenía un pensamiento que en la época se llamaba “neo-keynesiano” y nos había asignado la tarea de escribir una crítica en la materia. Al respecto, hice un ensayo proponiendo un sencillo modelo matemático, que permitía ilustrar cómo se generaba un proceso de endeudamiento insostenible en el largo plazo.Cuando fui a recoger la calificación del trabajo, el profesor Ishikawa me invitó a conversar brevemente con él: dijo que el ensayo era un “courageous effort” (valiente esfuerzo) por enfocar un problema que él mismo tenía con el pensamiento y la política económica de Keynes; me advirtió que había mucho más que considerar y aclarar sobre la materia, pero que le complacía calificar mi trabajo con una “A”, como estímulo para continuar desarrollando la hipótesis, tal vez en el contexto de su proyecto.
La verdad es que a mí personalmente no me gustó el ensayo, porque ya había perdido fe en los modelos matemáticos y, además, estaba convencido de que Keynes, a pesar de su brillantez, era básicamente un bien-intencionado apologista e “ingeniero” del sistema capitalista. Hice el ensayo para que Ishikawa viera que me había interesado y reflexionado sobre sus ideas; sin embargo, prefería otros enfoques. Aun así, aprendí que Keynes claramente entendió y reconoció ciertos aspectos y problemas del capitalismo que muchos economistas hoy, casi setenta años después de su muerte, parecen no captar, por ejemplo: las deudas, en su conjunto -es decir, macroeconómicamente- no pueden ser pagadas; solo pueden ser trasladadas entre instituciones y países; el endeudamiento público es indispensable para que crezca la acumulación privada de capital y la economía en general; el llamado “techo de la deuda pública” es una pura ficción; el sistema capitalista continuará moviéndose de crisis a crisis de inflación y desempleo.
Pero que no se ilusionen los oponentes del capitalismo. Es un sistema económico sumamente flexible y resistente (“resilient”, dicen los anglosajones), con la “virtud” de ajustar sus defectos y disimular sus cambios, inclusive los más profundos. Peor aún, tiene la capacidad de cooptar a los sectores de la sociedad que más perjudica, inculcándoles ciertos valores y vicios que permiten su perpetuación. Además, los sectores que se benefician de él desarrollan cada vez más habilidades para crear instituciones y generar políticas que permiten aminorar sus crisis y ocultar sus efectos dañinos.
Aún así, no hay que descartar la eventualidad de que esa flexibilidad y esa resistencia cedan en alguna etapa: ya sea de manera lenta, como en el caso del sistema feudal, hace 300-500 años; o súbitamente, como ocurrió con el sistema soviético, entre 1988 y 1990.