“Entrevista a Hitler”

En uno de sus muchos libros, titulado «Elogio de la Impertinencia», el matemático italiano Piergiorgio Odifreddi, hace una memorable entrevista al Führer,

En uno de sus muchos libros, titulado «Elogio de la Impertinencia», el matemático italiano Piergiorgio Odifreddi, hace una memorable entrevista al Führer, la cual pretende trascender su inamovible historia contada por occidente, que siempre lo ha tenido como el creador intelectual de todas las aberraciones que acompañaron a su régimen y a la Segunda Guerra Mundial.

Igual que la luna, la Historia tiene dos caras, la que el poder nos revela; y la oculta, siempre negada, combatida y olvidada.

Con el fin de mirar un poco en esa oscuridad, me permito aquí resumir ciertos pasajes de dicha hipotética entrevista:

Autor: -¿No querrá usted negar que su régimen se manchó de crímenes contra la humanidad, jamás vistos; ante todo el exterminio de 6 millones de judíos?

Hitler: -No diga tonterías, mi modelo de exterminio fue copiado del modo como EE.UU., había resuelto su análogo problema indio; un genocidio sistemático y científico de los 18 millones de sus nativos. ¿Cuántos indios quedan hoy? Quizá algunos cientos, mantenidos en reservas, como los bisontes. Pero, ¿cuántos judíos quedan en el mundo? ¡Millones!, y muchos en su propio Estado; el cual, por cierto, aprendió muy bien de nosotros cómo tratar a las minorías étnicas.

Autor: -¿No querrá usted decir que los Estados Unidos es un país racista?

Hitler: -¿Contra qué se manifestaba Martin Luther King? Y No olvide que Pierre van den Berghe, estudioso de la raza, puso a Theodore Roosevelt, junto a mí y a Hendrik Verwoerd, el artífice del apartheid sudafricano, en la trinidad del racismo del siglo XX. Nosotros fracasamos; pero EE.UU. está llevando a cabo nuestro verdadero proyecto, el sometimiento total del planeta.

Autor: -Pero no puede usted tampoco negar su aberrante política eugenésica.

Hitler: -Era un medio para obtener la pureza de la raza. Mi ley de 1933 para prevenir defectos hereditarios se basó en el modelo americano de Harry Laughlin, al cual le dimos un doctorado honoris causa en 1936 en Heidelberg. La primera ley para esterilizar criminales, idiotas y violadores se promulgó en 1907 en Indiana; adoptada luego por otros treinta estados americanos, y hecha constitucional en 1927, mucho antes de mi guerra.

Autor: -¿No fue su régimen el mayor oprobio y ofensa para la fe cristiana?

Hitler: -Eliezer Wiesel, Premio Nóbel de la Paz, 1986, contesta su pregunta cuando dijo: «Todos los asesinos del Holocausto fueron cristianos; y el sistema nazi tuvo profundas raíces en la tradición cristiana». Por esa razón mis SS llevaban escrito en la hebilla del cinturón: «Gott mit Uns». Además, es notorio el silencio de Pío XII en relación con el Holocausto. El proyecto nazi descrito en Mein Kampf estaba modelado sobre la adhesión a los dogmas y a la fanática intolerancia de la Iglesia católica.

Autor: -Pero bastaría para condenarlos su desprecio por la vida de civiles inocentes durante la guerra.

Hitler: -Cuéntele eso a los habitantes de Hamburgo y Dresden, asesinados por los aliados con tempestades de fuego; o a los de Hiroshima y Nagasaki, incinerados con bombas atómicas. Ninguna propaganda puede borrar el hecho de que los «malos nazis» no construyeron esas armas de destrucción masiva; mientras que los «buenos gringos» las construyeron y las usaron contra la población civil. (Fin del resumen de la entrevista)

Es muy cierto el viejo dicho de que la historia la escriben los que ganan las guerras; y en tiempos de paz son los poderes político-económico y religioso, ¡y nadie más!, los que se encargan de hacerlo, y de silenciar cualquier versión contraria a sus intereses, mediante las mil formas, criminales y propagandistas que tienen para ello.

Además, no se requieren años para que la Historia real sea negada. La amnesia política de los pueblos la borra enseguida. En la vida civil bastan días para olvidar crímenes, saqueos, mentiras… de gobiernos deshonestos. En este sentido, aparte de los mencionados poderes, el pueblo mismo es el cómplice principal que somete injustamente a la Historia con una actitud que raya en la cobardía.

Pero lo más triste del cuento es que esa señora, la falsa Historia, bien alimentada de silencios, omisiones y mentiras, sale del paso normalmente ilesa y hasta gloriosa; y la que sale perdiendo es siempre la verdad, ¡la oculta y verdadera Historia!

 

¡Cuando los pueblos decidan

escribir su propia historia,

será honrada su memoria,

sin sellos de ingratitud,

ni de amarga esclavitud,

que le opacan toda gloria!

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