Un fantasma recorre el país más feliz del mundo. Con tema incidental de Ghostbusters de Ray Parker, Jr., resurge una escena nacional caracterizada por un fantasma, reconocido como legión, y por recalentadas voces políticas, que buscan su exorcismo. Al estilo del Gran Inquisidor descrito por Dostoievski en los Hermanos Kamarazov, las añejas voces inquieren y juzgan esta legión de empleados del Estado Social de Derecho, de jóvenes progresistas, de participantes de la Economía Social Solidaria y de cualquier otro pobre diablo que no baile a su fatídico son. La voz de los inquisidores cazafantamas se escucha por una caja de resonancia de aburguesados pasquines y de faranduleros noticieros, tejida por manos codiciosas, algunas de las cuales afamadas por la evasión fiscal, otras por el acaparamiento inconstitucional del espectro electromagnético y otras por el simple afán de obtener pingues ganancias de sus amos.
Así circensemente se venden fabulillas revestidas de libertad de expresión, para condenar a los fantasmas al fuego eterno de la ignominia, sea mediante un titular amarillista, una arenga parlamentaria o televisiva. A cualquiera de estos le manosean las palabras, se las descontextualizan y, repentinamente, le aparece la marca de corrupto o comunista, que en estos días es lo mismo.
Lo interesante de la escena es que no son señalados como corruptos los titiriteros que pagan sueldos de hambre a sus empleados o se han ingeniado formas de esclavitud, como algún tipo de porteo. Estos no son vistos, son los que orquestan y mueven la opinión.
Más allá de las gollerías que parasitan el sector público y que es menester purgar, como las pensiones de lujo, la saña de estos inquisidores cazafantasmas es tal que, como el Gran Inquisidor, no distinguirían ni al mismo Cristo, ni al trabajador honrado, con el fin de mandar a la hoguera a nuestro Estado Social de Derecho.
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