La difícil transición

El cambio cultural es el más difícil de lograr y de asimilar, pero el más importante para avanzar en aspectos fundamentales relativos

El cambio cultural es el más difícil de lograr y de asimilar, pero el más importante para avanzar en aspectos fundamentales relativos a los derechos humanos y de la naturaleza.

Esto explica la resistencia, por parte de algunos sectores de la ciudadanía costarricense, a la fertilización in vitro, a las uniones de personas del mismo sexo y al aborto asistido en situaciones especiales. Y, pasando al campo de los derechos de la naturaleza, la renuencia a superar los malos hábitos del “compre y tire” con sus graves consecuencias en el cambio climático.

Pero el cambio de hábitos y mentalidades se abre paso por los senderos de una razón sensible, que sabe apreciar y dignificar la vida en su diversidad. Ello implica construir una nueva unidad de cultura: valores y prácticas sociales que propicien un modelo de convivencia planetaria para la inclusión, la equidad, la afectividad y la sostenibilidad.

Sin duda, hay que intensificar los esfuerzos para defender la vida humana; es decir, la persona humana. Y, en el caso del aborto asistido y la fertilización in vitro, lo que está en juego precisamente son derechos humanos fundamentales: a la vida y a la libertad de elegir por parte de la madre en situaciones de riesgo inminente o en casos de violación, y el derecho a la maternidad y la paternidad en el caso de parejas imposibilitadas para la procreación natural. Cabe señalar que en ambos casos se requiere siempre de una mediación ética que regule la ciencia, la cual puede ser utilizada con fines espurios, por ejemplo puramente mercantilistas.

Por otra parte, cabe destacar lo que señaló con acierto el teólogo protestante Orlando Costas: los movimientos pro-vida impulsan una cruzada en defensa de la vida antes del nacimiento y los grupos religiosos de tendencia apocalíptica enfatizan en la vida después de la muerte; sin embargo, qué poca importancia se le da a la vida antes de la muerte, la vida de los millones que mueren por causa de la injusticia y la desigualdad. Asimismo, podríamos agregar, la poca atención que se da a la vida de niños que pueden venir a llenar de luz y alegría a una familia y a un hogar.

Esta difícil transición hacia una nueva cultura más diversa y pluralista, en sus formas de pensar y actuar, obedece, entre otros factores, a una institucionalidad que se percibe con autoridad y poder de legislar para toda la sociedad, apelando a sus principios ético-religiosos. Es decir, pretenden otorgarles valor universal a los valores particulares. Quieren seguir actuando a la manera de los estados teocráticos o de cristiandad, donde prevalecía el cogobierno entre ambos poderes: el religioso y el secular.

El Estado costarricense, aun cuando en la “letra” sigue siendo confesional, en la práctica se perfila como un Estado laico y secular. Y ya es tiempo de que esta situación se regularice para el bien, tanto de las iglesias como del Estado. Pero, sobre todo para bien de la sociedad costarricense; de una ciudadanía que ha llegado a su “mayoría de edad”, para asumir con responsabilidad muchas de las decisiones que antes le fijaban algunas instituciones religiosas, particularmente católicas y evangélicas o protestantes.

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