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La santidad terrena

Cuando su cuerpo se hizo pueblo y su espíritu se transformó en esperanza por esos otros mundos posibles, su ejemplo de vida, ser sujeto

¨Supongo que no debo preguntarme

¿Por qué si ha fallecido no lo entierran?,

¿Por qué sigue gritándome al oído?¨

Canción para un Mártir, de Son ¾

Cuando su cuerpo se hizo pueblo y su espíritu se transformó en esperanza por esos otros mundos posibles, su ejemplo de vida, ser sujeto del tiempo y espacio donde vivió, que más allá de la certeza, vivió un profundo cuestionamiento de la realidad, y asumió las palabras escritas y dichas como la responsabilidad de construir con el pueblo su provenir, esto nos cuestiona: ¿Cuál fue la alquimia en Monseñor Romero que volvió carne la voz silenciada de los justos?

Pasó algún tiempo antes que el púlpito de Óscar Arnulfo fuera el hogar de las causas vencidas por la opresión del poder, pasaron años para que su voz fuera la brisa de esperanza para aquellos y aquellas que transitaban ese callejón sin salida donde la muerta esperaba; sin embargo, la duda en ese hombre fue creciendo, un catequista que asumió para sí la responsabilidad de ser testigo, convirtió el miedo en valor y la indiferencia en esperanza por esa sociedad que escucha y actúa como latido del pueblo, que no cierra los ojos ante las injusticias o los oídos ante los gritos, y lejos de callar, grita a toda voz “que cese la represión”.

Esta vez la historia no la acompañó una revelación divina, ni una aparición milagrosa que lo guiará iluminando su camino; los instrumentos divinos no estaban preocupados por la masacre en ese pequeño país, de todas formas los militares latinoamericanos eran católicos, no hubo duda, el cielo debía ocuparse del comunismo ateo. Ante esto, la vida decidió recrearse a pesar de la indiferencia del cielo.

Este hombre que cruzó la vida sin mayor involucramiento, pero la confrontación de la realidad, la muerte cercana de los suyos, los llantos, el aturdimiento hasta la saciedad, las historias inconclusas, vidas ausentes aterradas por el miedo, fueron la alquimia que transformó a Monseñor Romero, su fe cuestionada cada noche ante el encuentro de lo inminente, la ausencia de risas, la sobrepoblación de lágrimas y muertos caló en su espíritu y transformó aquel catequista, no en el hombre iluminado, sino en esa voz hecha pueblo, que cuestiona e increpa a la sociedad del poder, que no calla con el miedo, y vuelve esperanza la vida del pueblo, en su sentir y su derecho a construir su destino.

Lejos de los eventos estruendosos, Monseñor vivió el milagro del amor hecho pueblo, ese donde las esperanzas corren entre sueños y deseos de unir las vidas y experiencias, donde la traición está desterrada y los corazones laten juntos en cada oración, en cada abrazo; es por eso que sus homilías al paso del tiempo fueron eso, el amor hecho pueblo, ese que no calla y vive la vida del otro.

En sus palabras y obra encontramos la alquimia que convierte a ese hombre en latido, que recuerda que sólo en las raíces de la humanidad brotan las esperanzas, y no hay miedo que compita con la indignación del pueblo, esa que Monseñor Romero convirtió en carne, la volvió su cuerpo. Así el intento por acallar esos gritos con un disparo no fue más que un ingenuo propósito, porque ya era demasiado tarde, Óscar Arnulfo Romero hacía tiempo había dejado de existir, su entrega había sido consumada, su voz no era la de un hombre, era un pueblo que venció el miedo.

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