Los diablitos de mi tierra

El otro. Si no hay Dios, no hay diablo. ¿Quién fue primero? Dios, Creador Universal y Cósmico, Huevo de Sí mismo, extensión de su

El otro. Si no hay Dios, no hay diablo. ¿Quién fue primero? Dios, Creador Universal y Cósmico, Huevo de Sí mismo, extensión de su esencia en la presencia de sus múltiples materializaciones. ¿Y el diablo, sus diabluras y las diabladas? Eso fue después, la contraparte cuyo sesgo ideológico creó la cultura humana.

¿Y los ateos? Porque cada quien tiene su derecho a creer, descreer o no creer. Quizá la jugada de los sistemas de creencias fabricados por el ser humano consiste en que para que algo exista, ese algo tiene a la vez que no existir, y viceversa. Pareciera que las indagaciones de la ciencia material y la energía espiritual (la materia es energía y la energía materia), nos ofrecen un hilván continuo de historias entrelazadas que desvelan y develan los límites y las profundidades de lo conocido, y lo por conocer. Asunto interesante, muy humano.   

Con la llegada de Colón a tierras americanas en 1492 surgió un nuevo mundo por colisión, exterminio y tragedia; una época donde se impuso España y Europa, su fuerza bruta a punta de caballo, espada, pólvora y religión con una visión basada en  el control, el dominio, el poder, la codicia, sus valores y su ley. De facto, se impusieron sobre las vencidas etnias americanas, luego conquistadas y abandonadas al arbitrio de la injusticia. De ahí vino la mezcla, tensiones que produjeron la esclavitud y el nuevo orden político, social, económico, administrativo y cultural. En aquel complejo mosaico de etnias había un amplio y férreo engranaje de beneficios para el conquistador y el colono que impuso.

España no podía borrar del mapa a todas las poblaciones autóctonas, eso hubiera significado perder mano de obra gratuita para sus intereses de infraestructura, agropecuarios, comerciales y mineros donde buscaba saciarse con el oro, la plata, las piedras preciosas y las perlas. Los contratos de colonización entre el Rey y las personas privadas fueron empresas mancomunadas con la Iglesia Católica, donde cada parte recibía posesiones y dividendos.

El bien y el mal. Las culturas americanas, sus distintas etnias y sus distintos sistemas de creencias y prácticas cosmogónicas fueron un problema para los evangelizadores europeos, que presionaban por su conversión a las propuestas de la cultura espiritual y religiosa, emanadas de La Biblia y la institución católica.

Una de las estrategias que les dio buenos resultados fue la de catequizar las fiestas locales y regionales de las comunidades, sometiéndolas al santoral y a las festividades importadas, haciéndolas concordar en cada ocasión que pudieron para crear santos, ornamentos, imágenes, canciones, danzas, música y celebraciones en un nuevo arte escénico de claustro y de calle, en adelante, cultura mestiza. Este acomodo dio nacimiento a múltiples advocaciones, por ejemplo, de la Virgen María. Se acomodaron vírgenes y santos en celebraciones de fiesta popular, donde los signos del catolicismo compartían espacio y verbo siempre a su favor. Esa era la idea y su efectiva realización de triunfo.

La construcción del diablo, es de raíz anterior y corresponde al estado primitivo de los pueblos, no es específicamente una imagen, abstracción y significación exclusiva del cristianismo, más bien, nos lleva a un referente humano de vivencias, temores y conductas, celebraciones cíclicas en diferentes geografías y culturas del planeta. Dios es el bien, el Diablo es el mal.

Hay un principio creador de autoridad absoluta que administra en base a principios rectores de la esencia divina; la reglamentación viene con las leyes físicas, psíquicas y cósmicas como una triangulación concatenada de funcionamiento armónico que brinda libertad, oportunidad y concreción a las decisiones humanas.  

La diablada, los diablos venidos a menos, irreverentes y carnavalescos, es una representación folklórica de fondo religioso que nos cuenta una historia específica de acuerdo a la comunidad, una combinación de danza con elementos teatrales, expresados en conjunto con su mestizaje español. 

Algunas diabladas se quieren mostrar como contestatarias al poder español, pero la mayoría diluyó esa intención para convertirse en un espectáculo de signos coloridos, música, danza y elementos lúdicos, donde se calcula cierta parte de la tradición para vender un producto de raíz autóctona al turismo nacional y extranjero, con excelentes resultados.

Salvo la idea política que subyace en la fiesta y las diabluras de la tradición Boruca-Curré.

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