Los malos docentes

Desde que comencé mi carrera como profe de inglés en secundaria hace más de doce años, siempre he sentido gran desagrado y repulsión por

Desde que comencé mi carrera como profe de inglés en secundaria hace más de doce años, siempre he sentido gran desagrado y repulsión por los “malos profes”, esos que llegan a trabajar sin ganas, esperando el fin de quincena o mes, molestos con todo y con nada. Esos profes bostezo que descargan su molestia sobre los estudiantes, criticando a los colegas, quejándose eternamente de las demandas del director y sus superiores…

Bien trepado en mi orgullo profesional y apoyado con toda seguridad en mi vocación,  siempre me pregunté con una risita desdeñosa, ¿cómo se puede llegar a ese punto? ¿En qué momento lo mordió a este compañero un “infectado” y se transformó en un “zombi pedagógico” más?

Más que malos profes, lo que tenemos en el sistema educativo son docentes cansados, desmotivados, desencantados, agobiados. Siempre fui un crítico acérrimo y mordaz de estos especímenes, hasta que me tocó convertirme en uno. Pasaba de chicha, explotando en regaños por cualquier situación, acosado por una desidia y “tiesura” metodológica y filosófica que ni el potasio me lo quitaba. Ya no disfrutaba dar clases ni compartir con mis alumnos, y andaba con el sarcasmo y la ironía a flor de piel. Después de doce años dentro de un sistema donde se premia a los lamebotas y se descalifica el pensamiento crítico y la disensión, de aguantar padres malagradecidos, directores prepotentes y abusivos, dueños de colegios interesados solo en la plata, de soportar el consejo de sicólogos descontextualizados, terminé transformándome en lo que siempre odié y desprecié.

Es por eso que el año pasado tomé la difícil decisión de abandonar mi vocación, dejar la docencia en secundaria, y dedicarme a otra cosa, mientras logro atravesar esta crisis, normal en cualquier ser humano, imagino. Prefiero salirme de las aulas hasta que logre encontrar razones para volver a ellas, porque trabajo con personas, no con máquinas, y no es justo que mis alumnos paguen los platos rotos.

Más que un mal en sí mismo, los malos docentes somos un síntoma de un sistema educativo enfermo, del cual somos responsables en distinto grado todos los involucrados: profesores, padres de familia, estudiantes, y administración. Lo curioso es que es siempre a los profes a quienes nos cae lo más pesado del muertito. Tal parece que las demás partes han llegado a un cómodo acuerdo de lavarse las manos y echarnos la responsabilidad a los docentes.

Por eso opté también por dejar de criticar a mis colegas, cansados como yo. Ya tenemos suficiente los profes con que las familias y la sociedad nos señalen y pretendan que carguemos con su responsabilidad, los medios nos ridiculicen poniendo en portada a los cincuenta sátiros con denuncias sexuales que hay en una población de casi setenta mil docentes. Imagino que sería interesante comparar estas cifras con los porcentajes de otras profesiones, como médicos, sicólogos y, ¿por qué no?, periodistas. Ya es bastante que los padres nos culpen, los alumnos se burlen, los directores nos pasen por encima, para que encima los mismos docentes nos tiremos entre nosotros. Lo último que imaginé al comenzar orgullosamente mi carrera docente hace tantos años, es que la diferencia entre el mal profe y yo, era solamente el tiempo.

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