Murió Nelson Mandela (1918 – 2013). Con el tiempo su figura se volverá aún más grande y más pura, porque la inmediatez de los medios hace perder la perspectiva: cada vez más, importa un único valor: el dinero.
Por varias razones, desde joven me ha impresionado el caso que representa don Nelson. Estudiante de secundaria, uno se empapaba de los ideales de Baden Powell (refreshment cristiano para jóvenes); al mismo tiempo, por afinidad de mi idioma materno con los “boers”, adversarios del iniciador “scout”, uno se sensibilizaba por el lado anverso de la misma medalla humana. Así, en el “cancionero” personal que traje (de cuando se cantaba de verdad, no solo se escuchaba al oído como ahora), de ese mismo rincón del planeta figuran tanto melodías en inglés (“Oh give me a home… where seldom is heard a discouraging word…”) como en “Afrikáans”: “oh breng mij terug naar die ouw Transvaal”, etc. La geografía de esa parte del “continente negro” es como estar yo en mi tierra: con Windhoek, Bloemfontein, Kaapstad, etc.; ¿recuerdan los viejos el hospital Grote Schuur, donde el Dr. Barnard (¡y su asistente negro!) efectuó el primer transplante de corazón?Pero vuelvo al hombre imperecedero: con los años (y la vejez) fui entendiendo que aquellas luchas por la igualdad racial tenían sus hondas raíces en más de 500 años de contexto, muy diferente de este inicio del siglo XXI: Las Casas y Marroquín, con vivencias y métodos muy diferentes, concordaron en el rescate del “indio” por su condición humana. Esos indígenas, lo mismo que los negros traídos de África, demorarían siglos en obtener igualdad real, con posibilidades reales de desarrollo. Esa batalla humanista no ha terminado; Mandela mantiene la tea: la muy cristiana Tatcher defendía el apartheid “para mantener quietos a esos negros”. Por eso, me quedé con los sentidos encontrados respecto del sepelio del gran hombre: por un lado, alegría y hasta baile, por qué no por un superhombre de verdad; por otro lado, el show mediático diluyó que Mandela primero tuvo que ser “terrorista”, para sacar a la luz pública la iniquidad. Mucho ritual hipócrita: de repente todos aplaudieron; hasta se dieron un apretón de manos Obama y Raúl Castro. Nadie se atrevió a recordar, menos en público, que Mandela sacaba las castañas del fuego con ayuda de este último; durante el ritual de despedida…“selfies” (autorretratos) de políticos oportunistas.
¿Y ahora qué? Hay lecciones humanistas que sacar de todo ello: la técnica del obispo Desmond Tutu, de “olvidar y perdonar” puede haber sido espectacular, pero a la larga bastante ineficaz, mientras no se resuelvan los problemas de fondo, de tipo educativo y económico: en África del Sur, como en tantas partes la discriminación sigue. Por eso mi grito inútil: Mandela: mándela aquí, esa gran actitud suya.