Más de lo que se puede tolerar

Ni desfiles y elecciones abarcan hoy las diversas dinámicas cívicas como lo hacen las distintas formas de protesta. El disgusto exaltado vivencia mejor la

Ni desfiles y elecciones abarcan hoy las diversas dinámicas cívicas como lo hacen las distintas formas de protesta. El disgusto exaltado vivencia mejor la realidad de la patria, que la participación cívica tradicional.

No se destaca en el régimen de derecho costarricense la capacidad de responder a la solicitud cívica, con la soltura que espera el ciudadano. Nuestra democracia se encuentra entrabada. El ciudadano vuelve entonces su rostro hacia el  gobernante, como si él estuviese por encima del Estado, esperando  una respuesta que recupere el curso de su mundo ahora deteriorado.

Espera liderazgo de quien solo puede ser presidente. Piensa al gobernante desde una figura ideológica arcaica en el imaginario costarricense: la del gran líder nacional, y le exige. La conciencia del ciudadano es unidimensional.

Aquella figura fue gestada dentro de los procesos de definición de  nuestra nacionalidad, operados en lo temprano del siglo 20. En un momento político donde el militar era una figura central, aquella imagen refiere por su sentido y alcance a las cualidades que posee un comandante de tropa y no un presidente democráticamente electo. El referente humano de esta categorización fue el General Tinoco. De hecho es de notar que de esta institucionalización del militar como político surge colateralmente la expresión  cultural costarricense “echar el caballo”. Esto, valga anotar, era justamente lo que hacía Tinoco cuando salía del cuartel y encontraba en su camino a alguna mujer hermosa.

Así el estado del asunto, la  figura de gran líder nacional no nos remite a quien dirigió  la lucha nacional contra la invasión estadounidense de los  “machos aventureros” (flirts busters o filibusteros), quienes ya habían hecho su nociva aparición en Panamá, unos pocos años antes, provocando el “Incidente de la sandía”, como se le conoce en aquel país.

Lo que sucede en el terreno superestructural de este país es que por el peso del imaginario nacional costarricense, se entrecruzan categorías arcaicas con funciones y expectativas actuales, provocando que viejos ocultamientos y silencios pasen a dar lugar a expectativas cívicas actuales.

Esto explica cómo aún las excepciones históricas al régimen de derecho nacional, pasen a integrarse al imaginario ciudadano como vacíos sin importancia, en su visualización de la realidad costarricense.

Con ello las articulaciones superestructurales que sostienen al sujeto cívico dentro de estos límites de sentido y significado de lo patrio, le obligan a pensar y opinar dicotómicamente para poder sustentar sus certezas cívicas.

Bajo esta lógica de la inteligencia ciudadana se salvaguarda la estabilidad estética y política del mundo, cuando se da lugar a la aparición de valoraciones como: “podríamos estar aún peor…como en Nicaragua”; ello, pese a que el ser humano concreto vuelve a ver su mundo con decepción y desánimo.

Las dinámicas cívicas actuales tienen de este modo una particularidad: se producen en un momento en el que la mediación entre la organización superestructural del ser-pensar ciudadano y el sujeto concreto, se encuentra menoscabada a consecuencia del deterioro en la representación figurativa de Costa Rica como país diferenciado.

Resultado indudable de malos gobiernos y de la preeminencia de intereses usurarios, que quieren privatizar apelando a un degaste intencionalmente  provocado, el país se vuelve igual a cualquier otro de Centroamérica. Pierde las condiciones de habitabilidad tradicionales, que se constituyen el medium de la convención cívica. Lo social pierde la coherencia de lo tradicional.

Esa coherencia es la que permitía en Costa Rica una efectiva articulación de opiniones y voluntades diversas. Sin ella nuestra democracia no logra aglutinar a los ciudadanos por participación y dirigirlos por consenso, pues en el Estado de derecho se requiere de un espacio de coincidencias entre los hombres. En su ausencia, la sociedad civil pasa a manifestar conductas amorfas. La capacidad de cohesión y consenso se ve perjudicada; no aún en al extremo de una anomia, pero sí al punto de producir desfases conductuales.

Así las cosas, ni el presidente tiene prestigio, ni el sistema cuenta con la confianza ciudadana, ni la patria genera el suficiente orgullo. La estética de bienestar y progreso enfrenta a tugurios, clientelismo, privatización, y estos ganan. Mucho más de lo que un alma bella puede tolerar sin perecer.

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