Para no enturbiar esta imagen igualitaria fue preciso delegar la violencia a la privacidad puertas adentro, mientras puertas afuera sonreía la felicidad. El Estado benefactor, nutrido con los millonarios aportes de la AID, se encargó de darle a Costa Rica prestigio de país pacífico y democrático. Y tanto éxito tuvo la hipocresía estatal, que cuando la AID suspendió su ayuda y apareció el malestar, el Estado hizo un truco de magia, y para que no estallara la violencia, institucionalizó la corrupción, empañando aún más el borroso horizonte moral del “tico”.
Pero la violencia no se esconde por mucho tiempo. Permaneció agazapada y estalló de manera escandalosa, abierta, y visible en la agresión sufrida por la población bribri de Salitre. Está claro que se trata de terratenientes atacando brutalmente a personas indefensas. Entonces es francamente absurdo que para conseguir la paz, el Gobierno proponga que las dos partes negocien: ¿usurpadores y usurpados, atacantes y atacados, sentados todos a la mesa para negociar qué?, ¿las tierras?
Los bribri de Salitre no tienen nada que negociar. Las tierras les pertenecen. Aquí hay una sola solución y es que el Gobierno haga respetar con todo su peso, con la fuerza si es preciso, la ley de reservas indígenas, para devolver a sus propietarios lo que les han robado. Cualquier otra cosa, lejos de conseguir la paz, será agudizar el problema, favorecer el gamonalismo, legitimar la brutalidad y convertir la zona en un campo de batalla, tal como sucede en la Araucanía, Chile.
No, pues, señor presidente Solís, hay cosas que no se pueden negociar, porque no son reconciliables. ¡Proceda!