Racismo y derechos humanos

Toda discriminación abreva de la falta de inteligencia. El racismo en cuenta. Por ello es imperativo superar los miedos que subyacen a todo prejuicio, reconociendo

Toda discriminación abreva de la falta de inteligencia. El racismo en cuenta.

Por ello es imperativo superar los miedos que subyacen a todo prejuicio, reconociendo que el ser humano debe atreverse a pensar después de sentir, para no agotarse en la irracionalidad de la simple corazonada o el primer impulso, es decir, del instinto natural.

Pensar es una opción, no una cualidad (Kant). Es una alternativa que puede ser evadida o renunciada. Es más, que suele serlo, con no poca frecuencia.

De ahí la importancia del “Decenio Internacional de los Afrodescendientes”. Diez años para crear conciencia. Diez años para reculturizar. Diez años para reeducar. Diez años, en el mejor de los casos, para atreverse a pensar y repensar. Y en ese tanto: diez años para erradicar los prejuicios y diez años para enterrar la intolerancia, fuente primaria del racismo.

Diversas formas de intolerancia deben combatirse. La que sufren las mujeres, los jóvenes, los ancianos, los pobres, los migrantes, los que adoptan una orientación sexual diversa, ciertos religiosos e incluso algunos ideólogos o líderes políticos, aún hoy, en estos tiempos “modernos”.

Si el racismo es la enfermedad más inculta que se ciñe sobre el árbol de nuestra cultura, entonces los prejuicios son como abono, pero envenenado.

Intolerancias. Intolerancia aditiva según la ONU. Intolerancia múltiple o agravada según la OEA. Esa es la que le ocurre a la mujer joven o adulta mayor que, además, es afrodescendiente. Por citar solo una combinación posible, entre tantas, enriquecedoras mezclas de factores antropológicos y sociológicos que, muy a nuestro pesar, pueden conllevar una carga implosiva.

Este decenio ha de servir para honrar, particularmente, la memoria de los afrodescendientes que sufrieron por su color, por su genética, por su ser ¡Porque no hay que olvidar! Sino más bien destacar que una condición para ello, es, precisamente, el reconocimiento político.

Este decenio debe ser para recordar aquellos tiempos oscuros en que el “negro dejó de ser un simple color, pasando de adjetivo a sustantivo” –según el propio Comisionado Presidencial para Asuntos de la Afrodescendencia, el profesor Quince Duncan-.

Igualdad. La dignidad y la igualdad son dos derechos humanos, por tanto inherentes a toda persona, más por imperativo ético que doctrinario, más porque así es (somos todos iguales en dignidad) que porque así deba ser (que alguna autoridad lo reconozca –o no-).

Pero como muchos otros derechos, son evidentes en el papel, pero en alguna medida continúan pendientes de ratificación, no por los Congresos, sino por la cultura.

Siguen pendientes de ratificación. Y para eso es este decenio, justamente para eso: para ratificar que todos somos iguales en dignidad. Para que no quede duda. En una aclaración más sencilla -que espero sea algún día completamente innecesaria-: para que quede claro que todos somos iguales. Sin aditamentos, sin adjetivaciones, sin necesidad de predicados. ¡Simplemente iguales! Pero realmente iguales. No solo formalmente iguales.

La intolerancia, según nuestra propia Convención Interamericana contra toda forma de Discriminación e Intolerancia, es el “irrespeto, rechazo o desprecio de la dignidad, características, convicciones u opiniones de los seres humanos por ser diferentes o contrarias”.

Combatir esa falta de inteligencia, ese prejuicio, a estas alturas de nuestro desarrollo democrático es, a nuestro entender, el objeto de este Decenio. Si vivimos en la era del conocimiento y no solo de la información, es este el momento de empezar a demostrarlo. Levantando los prejuicios y colocando en su lugar el conocimiento de lo diverso, el aprecio por la riqueza étnica, y muy particularmente, por la herencia africana.

Toda raza enriquece. Todo racismo empobrece.

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