Una mujer pagana evangeliza a Jesús

En “Jesús y el amor universal” (UNIVERSIDAD, 6 de mayo) Luis D. Cascante propone una verdad a medias, al decir que Jesús

En “Jesús y el amor universal” (UNIVERSIDAD, 6 de mayo) Luis D. Cascante propone una verdad a medias, al decir que Jesús predica el amor a los enemigos, pero restringido a los judíos. Siento la posición de Cascante demasiado estática. La actitud de Jesús ante los gentiles, los no israelitas, lejos de ser algo fijo y atascado, conoce una evolución. El Nazareno al principio permanece fiel a las costumbres xenófobas de su pueblo, pero comienza a distanciarse al rechazar ciertas prácticas exclusivistas. Rompe el esquema de lo puro y lo impuro, tan central en el judaísmo, desprecia las prohibiciones alimenticias elevadas al rango de lo sagrado, no acepta que la salvación provenga del templo ni de los sacerdotes, desacredita el legalismo de los fariseos, etc. Así resquebraja el nacionalismo israelita y se abre a lo universal. Tenemos un pasaje muy significativo en Marcos 7, 24-30. Una señora no judía, sirofenicia por más señas, intercede ante Jesús a favor de su hija enferma. Él la rechaza con una grosería: “No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perros”. Los hijos son los judíos, los perros los gentiles. La mujer le rebate: También los perritos comen las migajas que caen de la mesa. Jesús cambia de opinión y cura a la hija.

Una lectura superficial vería nada más un milagro, pero el asunto tiene más fondo. Jesús se ha dejado evangelizar por alguien despreciado por mujer y por pagana (las iglesias deberían aprender). Ha superado dos barreras, demostrando una sensibilidad que excede su contexto religioso-cultural. La señora le ha abierto el horizonte universal del Reino.

A favor de la historicidad del relato se puede aducir lo ofensivo del lenguaje, que nadie hubiera puesto en boca del Maestro y, sobre todo, que Jesús termina dando la razón a una extranjera, algo impensable y chocante en un medio patriarcal y xenófobo.

Las actitudes de Jesús con respecto a los no judíos sentaron las bases del cristianismo como religión cosmopolita, lo que se va esclareciendo de modo progresivo. En las primeras comunidades cristianas la vocación universal llega a ser explícita. Es un proceso referenciado en multitud de pasajes, que culmina en Gálatas 3,28, donde se afirma que los bautizados deben aceptar, como consecuencia de su fe, que “Ya no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer”.

En esa célebre frase Pablo afirma −por primera vez en la literatura universal− la igualdad de todas las personas. Han desparecido los odios y divisiones de origen étnico, las de clase y el patriarcado. Tal sigue siendo la meta de la humanidad, sembrada por la fe cristiana en Europa, América y el mundo entero, entre creyentes y no creyentes. Las iglesias a veces logran dar testimonio de su meta, de su razón de ser: Bartolomé de las Casas, Víctor Sanabria, Martin Luther King, Óscar A. Romero, Juan Gerardi. Pero se extravían cuando permiten divisiones machistas, clasistas y raciales.

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