Dice la Real Academia Española, de quien uno no siempre se puede fiar, mas sin embargo, siempre puede mantener indagaciones interesantes, que la verdad, en su primera acepción, es la “Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente”. Otras tantas concepciones de verdad archiva la RAE, pero esta primera es de una pasmosa claridad y, por lo tanto, digna de ser utilizada para repensar nuestras concepciones.
Conformidad de las cosas con el concepto. Esta idea implica que hay, quizá, tantas verdades como personas, o al menos, existen miles y miles de verdades, en el caso de que la concepción de un gran número de personas sobre una cosa definida coincida. Ante este escenario, saldrá nuestra parte racional a decir inmediatamente que la humanidad inventó el método científico y lo esgrime contra toda forma de incertidumbre, para exterminar todo rastro de indefinición y elevar sus resultados a verdad universalmente estandarizada, bajo una conformidad única, generalmente llamada ciencia.Tal acción estandariza la verdad en el espacio, mas no en el tiempo. La indivisibilidad del átomo, la no existencia de raíces pares de números negativos, la imposibilidad de que eventos actuales afecten al pasado, son verdades que se uniformaron en un espacio dado, pues se le dijeron al mundo entero para que este las creyera, pero hoy en día ya ninguna se considera acertada.
Ahora bien, así es el conocimiento humano; hoy creemos algo, y el positivismo científico nos permite utilizarlo independientemente de si es un conocimiento completo o no, lo que importa es que lo que creemos describe de forma adecuada aquello a lo que se lo estamos aplicando. Más adelante, nuestro conocimiento se completará y el saber se actualiza, lo cual está bien. Sin embargo, se da a veces una sobrevaloración de la verdad, lo cual, en definitiva, sí es perjudicial.
Analicemos, por ejemplo, el sistema educativo. Nuestro sistema educativo, en general, no es más que un batallón de contenidos que dispara verdades a diestra y siniestra. Verdades de hoy, de ayer, de hace un siglo, pero la mayoría de ellas sobrevaloradas. Las verdades de la ciencia son en realidad conveniencias, que solo sirven para aplicarse en el ámbito, grande o pequeño, de espacio-tiempo en el que son validadas, están allí para ser utilizadas, para aprovecharse de ellas, para aplicarlas en nuestro beneficio, pero también para cuestionarlas, para proponer verdades alternativas, para discernir cuando no pueden ser utilizadas.
Pero el problema no se queda allí, el sistema educativo no se limita a disparar verdades de forma casi bélica, esperando que cada persona las acepte sin cuestionamientos; el problema es que el mismo sistema educativo defiende muchas verdades que, hoy en día, ya no tienen ni utilidad ni sustento; por el contrario, son perjudiciales para la salud de la educación. Para concretar, varios ejemplos tomados de la vida diaria de un ambiente educativo (el no uso del lenguaje inclusivo en las citas es por fidelidad): “Los estudiantes de hoy en día son unos irrespetuosos, se pasan la clase entera viendo el celular”. “Los estudiantes son unos vagos, en lugar de copiar le sacan foto a la pizarra”. “Me va a creer que un muchachito se atrevió a faltarme el respeto, contradiciéndome con algo que encontró en Internet”.
De ejemplos podría llenarse este escrito, pero ejemplos abundan a oídos de quien desee escuchar; por ello, ya para finalizar, paso a preguntar: ¿Es vagancia sacar una foto de la pizarra o es aprovechar un recurso tecnológico? ¿Es irrespetuoso contradecir al profesor o profesora, o es proactividad? ¿Es irrespetuoso ver el celular en clase o es una forma de supervivencia para evitar que un sistema obsoleto le mate de aburrimiento?
No quiero cerrar sin agradecer a esa gran población de docentes que hacen la diferencia, que cuestionan la verdad y que muestran, muchas veces con grandes esfuerzos, una forma diferente de ver el mundo. Algún día, ojalá, sean mayoría.