La muerte necesita del dolor

La emoción digna de un drama helénico, no sólo se trazó en la cancha; también se escribió en la cara de millones de costarricenses.

Uruguay fue la alegría, Italia la confirmación, Inglaterra la tregua y Grecia fue el dolor. Dos semanas después de su debut en el Mundial de Brasil 2014, la Selección de Costa Rica nos regaló la victoria más dramática en la historia del fútbol costarricense. Olvídese de todo lo anterior. Olvídese del 2-1 ante Suecia hace 24 años, del 1-0 contra Italia que nos permitió repetir las galas de segunda ronda, del Aztecazo en el 2001 o del gol agónico de Marco Ureña contra los Emiratos Árabes Unidos en el Mundial sub-20 del 2009.

Hoy ganamos desde los once pasos, en el último recurso que el fútbol profesional dispone para definir al ganador de un partido, al borde del abismo, donde las piernas dejan de obedecer. Ahí los oídos olvidan el sonido de las gradas y el profe Pinto solo puede rezar.

Después de 120 minutos de agonía, los 4 millones y resto de costarricenses nos vimos obligados a aguantar el aliento durante 9 disparos desde el manchón blanco. Sin Porras, pero con Navas; sin Fonseca, pero con Bryan; con Chope desde la banca y Guimaraes en la gradería: los 10 jugadores que quedaron en el terreno de juego cuando terminaron los tiempos extra nos explicaron qué es la agonía.

Por primera vez desde que llegamos a Brasil –y probablemente por única ocasión– el domingo pasado fuimos favoritos en estadísticas y casas de apuestas. Grecia tenía credenciales más modestas: cuatro puntos en sus tres partidos y un -2 en la diferencia de goleo. Los helénicos despedazaron los números, lo mismo que hicimos nosotros en el grupo de la muerte, y presentaron un partido recio, aguerrido y cerrado. Si hoy somos la muerte, si alguna vez llegamos a ganarnos ese título victorioso y oscuro, es porque pasamos por el infierno en Grecia.

En algún momento del partido dejamos de jugar fútbol. Para los costarricenses, el deporte olvidó ese deseo visceral de empujar el balón entre tres palos, para convertirse en bádminton o voleibol o tenis: mantener la bola lo más lejos de mi parte de la cancha y la mayor parte del tiempo posible en la del otro. Esto pasó cerca del minuto 70, poco tiempo después de que Óscar Duarte ganara su segunda tarjeta amarilla en el partido y,  por ende, una roja, que le aplicó el réferi australiano Benjamin Williams. Cuando nos dimos cuenta, este parecía un deporte de 10 contra 12, donde la FIFA siempre gana. Pero no esta vez.

Más tarde, cuando caminamos hacia la Fuente de la Hispanidad, nos olvidamos de eso: de que sacamos agua de este bote, ante la embestida del Barco Pirata griego. De que Pinto ama al “Chiqui” Brenes y nadie entiende por qué. De que este día, al menos este día, los minutos de reposición le jugaron una mala pasada a la Concacaf. De que el australiano Williams, el primer árbitro australiano en octavos de final, será recordado sin cariño.

A pesar del dolor en las piernas de Joel y de las lágrimas de los aficionados en Recife, la Hispanidad era más grande, más ronca y más palpitante que nunca. Estas últimas semanas nos hemos acostumbrado a esta nueva romería. En agosto, como cada año, el país caminará hacia Cartago a ver a la Negrita; este junio la tradición ha sido peregrinar hacia esa fuente, que sirve de plataforma para homenajear a los 23 hombres  que viajaron a Suramérica. Ojalá que en julio –es decir, el sábado 5– se mantenga la tradición.

Este domingo 29 fue el dolor y fue la alegría. El próximo fin de semana el gallo pinto mecánico irá contra la naranja, sin Óscar Duarte y con el sacrificio de haber corrido muchos más metros/sudor que ellos. Pero nadie se arruga. El profe Pinto ya lo dijo: “No quedaremos de octavos”. Entre los ocho mejores del mundo, somos los consentidos del planeta entero: los brasileños corean el “ticos, ticos”, los suecos se visten con el número 10 de Celso Borges y en Inglaterra y España las cuentas de Twitter del Everton y el Levante siguen al cuadro tricolor.

El ombligo que sigue llevándonos energía hasta Brasil está acá, entre Nicaragua y Panamá, entre el Pacífico y el Atlántico. Que nadie nunca lo olvide: con docenas de jugadores compitiendo en Asia, Europa y Norteamérica, estamos en cuartos de final porque un defensa del campeonato local empujó al ángulo el quinto penal. En esas canchas embarrialadas de cada pueblo costarricense, donde raspan las rodillas y el sudor enchila los ojos, aprehendimos el dolor. Este domingo mostramos que aprendimos esa lección.

Mientras celebrábamos en las calles, fue oscureciéndose el día. En Grecia hace horas es de noche. En Holanda duermen, por ahora.

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