Redimir la vida y la certeza

Los relatos de El país de las certezas, recientemente publicado por la EUNED, hacen pensar que fueron escritos por un hombre

El país de las certezas

Fabián Coto Chaves

Cuentos

EUNED

2014

Los relatos de El país de las certezas, recientemente publicado por la EUNED, hacen pensar que fueron escritos por un hombre de edad algo más que mediana y no por un joven autor de escasos 34 años, según la hoja biográfica.

Esto es, al mismo tiempo, una recriminación y una muestra de asombro, porque si bien hay ciertos tramos (sobre todo al inicio) en que los relatos apenas alcanzan el grado de anécdotas vanas, añejadas antes de tiempo por el olor artificial de las casonas y todo lo que hieda a antaño, también pronto llega para el lector la recompensa de cuadros brillantemente logrados, de historias que hacen que la historia se vea menos en blanco y negro, que se sienta más en carne y hueso; de recuerdos tamizados por una sencillez expresiva que es, a la vez, auténtica y lírica.

Lo mejor que tiene este libro es que todas las emociones que evoca bien pudieron haber sido sentidas y expresadas por los rústicos personajes que pueblan estas páginas, al tiempo que imagina con tino impecable lo que otros seres, en otras latitudes, pudieron haber experimentado ante el hecho peculiar y repetido de estar vivos. Este libro es literatura que, sin renunciar al artificio, reniega de la pose y redime la vida; lo mismo la heroica que la anónima.

Textos como “Una fotografía de Aldrin”, “Armstrong y Collins” o “El A.C. Milán de Arrigo Sacchi” muestran todo el esplendor estético de los mitos seculares que han cautivado a nuestras almas modernas, esas que van a misa con Bogart en ese otro texto cotidiano e incandescente “Una mujer con la mirada azul eléctrico”.

Uno piensa en un Mempo Giardinelli o en un Luis Felipe Fabre cuando lee “Un minotauro en la Nueva España”, de tan astuta y reveladora que se vuelve la narración. Uno piensa en el Luis Sepúlveda de Historias marginales cuando lee el cuento “Samizdat” (y en general todo el último tercio del libro), que es toda una disección amorosa del compañerismo, la desolación, la lucha y la esperanza.

Uno piensa, finalmente, en James Jones, sentado en su apartamento de la Île de la Cité muchos años después de la guerra con un vaso de Haut-Brion en la mano, cuando percibe la majestad, la ruina y la frialdad de un relato como “Los pájaros de Gerd von Rundstedt”.

También, claro, está presente la Patria Profunda, la de personajes como “Chico” Caiteles, la de la mágica escena de “Una cacería de tigre”, a medio camino entre Magón y Saki, y la de la angustia y el paisaje de “El principio de los aguaceros”. Junto a Daniel Quirós y Juanjo Muñoz Knudsen, Fabián Coto Chaves es uno de los autores jóvenes costarricenses que mejor percibe y describe la Costa Rica transnacional y pluri-epocal que le ha tocado vivir; un relato como “Derrumbe” es una finísima disección de estos cruces.

Y ya que hemos llegado tan lejos con comparaciones tan odiosas, aquí va una más: si Manuel Argüello Mora fue el cronista central de la Costa Rica soberana e independiente que nació en 1848, Fabián Coto Chaves debe de ser el fabulista caleidoscópico de la Costa Rica que se armó (en el sentido militar y estructural de la palabra) desde 1948, y que sobrevive aún en recuerdos familiares y lecturas dispersas.

La crónica como texto vital, no como fórmula periodística, es un género que con mucha timidez ha sobrevivido en Costa Rica, pero tanto en los relatos históricos de Argüello Mora como en El país de las certezas, de Fabián Coto Chaves, no se habla de otra cosa: en qué creemos, con quiénes creemos y cómo la palabra escrita nos hace creer en la vida, reencontrar la certeza.

Valdría la pena volver sobre estos dos libros al unísono: La trinchera y otras páginas históricas de Argüello Mora y este reciente de Fabián Coto Chaves, para entender el tenue pero vigoroso hilo que los une. No hay en estos libros un gran estilo, pero en cambio hay un pálpito más fuerte (el de la tierra heredada y el de la historia sentida) que los anima.

Ambos libros nos muestran que la vida privada y el mundo social están unidos por la argamasa de las ficciones. Sólo en la medida en que somos capaces de contarnos estas ficciones podemos entender de qué tela ética, política y sentimental está hecho nuestro tiempo.

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